El tema de derechos de autor siempre ha sido como poco polémico. Por un lado está la más que justa reclamación de los autores por su trabajo, pero las cosas empiezan a ponerse feas con la delgada linea que separa el fair use de la piratería, un tema utilizado por muchas grupos corporativos para presionar con políticas dictatoriales como la Ley Sinde, la PIPA, la SOPA, el ACTA y demás. No ayuda demasiado la peligrosa forma de pensamiento que se ha extendido como una plaga entre las nuevas generaciones que podría resumirse con "en internet todo es gratis". La posición moderna de muchos autores (no la mayoría, por desgracia) es tolerar esta piratería porque, después de todo, cualquiera con cinco dedos de frente sabe que no tiene forma de controlarlo. Pero, ¿qué ocurre cuando es la editorial quien tiene tal control sobre los derechos de un producto que puede privar a su autor de ellos?
El caso más sonado en nuestro país fue durante los años 80, cuando los veteranos autores de comic español que trabajaban a sueldo de la editorial Bruguera se rebelaron contra la misma y exigieron su parte de los beneficios que habían generado sus historias. Cuando Bruguera se negó algunos de ellos (como Ibáñez), dejaron de dibujar sus personajes y fueron sustituidos. La editorial argumentaba que los personajes habían sido creados por autores a sueldo, con lo que eran de su propiedad, al igual que una fábrica de ladrillos paga a unos trabajadores que no tienen nada que decir ni reclamar sobre el producto que hacen. Ésta práctica era la norma no sólo en España sino en el resto del mundo. Las consiguientes demandas terminaron por hundir a la editorial a la vez que daban la merecida razón a los autores, en la que sin duda fue la mayor victoria contra el establishment editorial en este país.
Con el paso de los años se han desarrollado legislaciones más completas en lo que a derechos de autor se refiere. Además, se ha perdido parte del monopolio tradicional al emerger nuevas editoriales pequeñas y medianas, que ofrecen a los autores condiciones más favorables para la publicación. Pero quedan las reclamaciones pendientes de los autores que comenzaban en los años 50, 60 y 70.
Esta semana ha vuelto a saltar a primer plano la demanda de Gary Friedrich, co-creador de Motorista Fantasma, quien había decidido plantar cara al todopoderoso consorcio Marvel-Disney y reclamar lo que consideraba suyo. La demanda ha tenido un efecto demoledor ya que, en un movimiento dirigido a acallar posibles futuras "revueltas", la megacorporación ha contraatacado con una demanda con la que se anula la capacidad del autor de presentarse como tal, le exige 17.000 $ en calidad de daños y perjuicios y le imposibilita en la práctica de acudir a las convenciones utilizando el nombre del personaje para sacar dinero. Obviamente, Marvel lleva las de ganar por el mero hecho de disponer de una maquinaria legal que Friedrich no puede ni mucho menos costear, así que este movimiento puede verse como una guerra sucia para volver a controlar el patrimonio de los derechos de autor con puño de hierro.
Con el paso de los años se han desarrollado legislaciones más completas en lo que a derechos de autor se refiere. Además, se ha perdido parte del monopolio tradicional al emerger nuevas editoriales pequeñas y medianas, que ofrecen a los autores condiciones más favorables para la publicación. Pero quedan las reclamaciones pendientes de los autores que comenzaban en los años 50, 60 y 70.
Esta semana ha vuelto a saltar a primer plano la demanda de Gary Friedrich, co-creador de Motorista Fantasma, quien había decidido plantar cara al todopoderoso consorcio Marvel-Disney y reclamar lo que consideraba suyo. La demanda ha tenido un efecto demoledor ya que, en un movimiento dirigido a acallar posibles futuras "revueltas", la megacorporación ha contraatacado con una demanda con la que se anula la capacidad del autor de presentarse como tal, le exige 17.000 $ en calidad de daños y perjuicios y le imposibilita en la práctica de acudir a las convenciones utilizando el nombre del personaje para sacar dinero. Obviamente, Marvel lleva las de ganar por el mero hecho de disponer de una maquinaria legal que Friedrich no puede ni mucho menos costear, así que este movimiento puede verse como una guerra sucia para volver a controlar el patrimonio de los derechos de autor con puño de hierro.
Otro caso que merece la pena analizar es el de L.J. Smith, la escritora de Crónicas Vampíricas, popular saga de novelas de romance sobrenatural para young adults que acaba de ser despedida por la editorial HarperCollins. A todos los efectos Smith no puede utilizar nada de sus dos series más populars, la mencionada Crónicas Vampíricas y El Círculo Secreto. La franquicia, que ha aumentado sus ya jugosos beneficios con la adaptación televisiva de los libros, es propiedad de HarperCollins por acuerdo contractual de 1990. Smith cometió el error de firmar un contrato en el que aceptaba que su obra era trabajo producido para la editorial, quien ostentaba la titularidad completa de los derechos de la misma. Así la última novela enviada por Smith fue reescrita totalmente por un negro (el término en inglés es ghostwriter, "escritor fantasma") a sueldo de la editorial, quien se encargará de seguir escribiendo la saga en el anonimato.
Los dos casos son completamente opuestos. Por un lado Friedrich, que intenta de una vez por todas parar los pies a un grupo que durante décadas ha vivido de negar los beneficios a sus autores en base a una política perteneciente a tiempos más oscuros. En el otro extremo está Smith quien voluntariamente renunció a esos derechos. Esto último puede parecer a una estupidez pero hay muchos jóvenes autores primerizos que firmarían (y de hecho firman) estos pactos fáusticos. Pero, ¿cuál de los dos casos es más censurable?
Los dos casos son completamente opuestos. Por un lado Friedrich, que intenta de una vez por todas parar los pies a un grupo que durante décadas ha vivido de negar los beneficios a sus autores en base a una política perteneciente a tiempos más oscuros. En el otro extremo está Smith quien voluntariamente renunció a esos derechos. Esto último puede parecer a una estupidez pero hay muchos jóvenes autores primerizos que firmarían (y de hecho firman) estos pactos fáusticos. Pero, ¿cuál de los dos casos es más censurable?
Smith se merece una colleja y de las fuertes por tonta, pero no por ello hay que quitarle peso a los tejemanejes editoriales, que juegan con ventaja a este juego sucio de chantaje emocional que representa el poder ver publicada tu obra. Y no, en España no estamos libres de este cáncer. Ni mucho menos. He visto casos de pactos fáusticos tan viles como editar gratis o, como les gusta decir a alguno (demasiados) editores, "a cambio de publicarte y promocionarte".
Y ahora que las cosas van mal dadas con la crisis internacional podemos esperar que esta clase de abusos se extiendan como la pólvora, no sea caso que los grandes consorcios corporativos se arruinen...