Mañana es el Día del Libro, la fiesta que cada año celebramos aquellos que amamos la Literatura. Lo que ya no es tan conocido es que, desde 1995, también es el Día del Copyright, una fecha en principio pensada para "concienciar" a la gente sobre los derechos de autor y el "mal" que representa la piratería. Pero, ¿qué entendemos por piratas? Vayamos por partes.
Sobre derechos de autor
La Ley (por lo menos en España) dice que una obra es propiedad de su autor desde el momento mismo de su creación, independientemente de a nombre de quién está inscrita en el Registro de la propiedad Intelectual, salvo contrato y otro documento similar de por medio. Los veteranos recordarán el famoso pleito que interpuso gran número de autores de tebeos contra la editorial Bruguera por la titularidad de los personajes que habían creado a lo largo de casi 30 años. Este proceso supuso una victoria para un colectivo esclavizado y sentó las bases de la subsiguiente jurisprudencia al respecto.
En otras palabras, que registrar una obra sin el consentimiento de su autor costituía un delito de apropiación por el cual se podía exigir el amparo del Ministerio Fiscal para cambiar el titular de la obra en el Registro y pedir los correspondientes daños y perjuicios.
Pero esto es España, amigos y, por desgracia, somos famosos por la picaresca.
La tecnología como delito (o cómo convertir la ignorancia tecnológica en un arancel)
Con el desarrollo de los microchips y los avances en miniaturización era sólo cuestión de tiempo que los hogares contaran con un poderoso mecanismo diferencial no analógico que pudiera almacenar contenidos: el ordenador personal. Los 70 ya habían sido una época en la que las discográficas clamaban al cielo mientras señalaban a las cintas de casette como instrumento del Diablo destinado a arruinar el Arte de la Música. El hecho que las mismas discográficas engañasen a muchos de sus artistas y se adueñaran de cantidades ingentes de dinero hasta el punto de casi arruinarlos no importaba. El hecho que te dejaran un disco y lo pudieras copiar (¡sucia palabra!) o que fotocopiaras un libro era un pecado imperdonable.
Es cierto que mucha gente intentó hacer negocio con las copias piratas pero la gran mayoría sólo querían hacerse con un objeto (disco, película, libro...) que tal como iba la economía era un objeto de lujo, más cuando el gran público estaba formado por adolescentes sin apenas ingresos. Es más, muchos artistas descubrían estupefactos que aquellos que habían empezado copiando alguna obra suya luego ahorraban para conseguir legalmente el resto de su producción. Si hubiéramos hecho caso a los alarmistas resultaba que las bibliotecas públicas tendrían que prohibirse porque "robaban" a los autores la venta de ejemplares (aunque eso es otro tema).
Lo cierto es que con la aparición de los primeros piratas informáticos la industria del ocio se empezó a preocupar, pese a que esos jóvenes aparentemente introvertidos lo único que querían era llevar hasta el máximo el potencial de su intelecto. A tal efecto os recomiendo un documental titulado Historia secreta de los piratas informáticos que, pese a su antigüedad, es muy revelador.
John Draper, el "capitán Crunch", Santo Patrón de los Hackers
Piratería y patentes de corso
Así pues llegamos a una época dominada por el control y la histeria de las grandes compañías. Hay que perseguir, denunciar, encarcelar y multar a todo el que ose poner en duda sus derechos. Se imponen multas astronómicas a usuarios, se persiguen programas como NAPSTER y las redes P2P. Se utilizan vacíos legales y el desconocimiento de los legisladores sobre asuntos tecnológicos para crear un Hombre del Saco, un Coco sin rostro que pretende destruir el Arte y a los Artistas. Los estados extienden modernas patentes de corso a compañías privadas para cobrar cánones a usuarios, cuando están vulnerando derechos que estos mismos estados han aprobado, como la copia privada. La delgada línea que separa al
fair use de la copia ilegal hace que muchos cedan ante estos grupos de presión, empezando por los gobernantes que debían ser los encargados de velar por nuestros derechos.
NAPSTER, un programa que puso nerviosos a muchos
Un presente cyberpunk o cómo el rostro de un hombre muerto vela por nosotros
La persecución y la legislación cada vez más dura no hace más que añadir fuego a la rebelión. Cuando hay tiranos siempre hay rebeldes, e internet es el espacio perfecto para ello ya que la mayoría de tiranos no tienen los conocimientos suficientes para ganarles la partida a los usuarios. En BBSs y canales IRC primero y luego en foros empieza a proliferar el descontento.
Toda información debería ser libre! claman. Entre todos estos grupos destaca uno en particular, surgido del foro /b/ de 4chan, un grupo anárquico, sin ideología política más que la absoluta libertad. Sus miembros llevan la máscara con el rostro de
Guy Fawkes que se hizo famosa con el comic
V de Vendetta. Son la primera metainteligencia surgida en la Red:
Anonymous.
We do not forgive. We do not forget. We Are Anonymous. We are Legion. Expect Us.
A todo esto, ¿qué le queda a los autores?
Todo esto de la libertad está muy bien pero yo como autor ¿qué saco de todo esto? ¿quién paga mis facturas?
El debate al respecto está muy caldeado por posturas radicales en ambos bandos. Cierto, hay gente como
Cory Doctorow (defensor acérrimo de la licencia
Creative Commons) que pueden permitirse el lujo de poner gratis sus obras en internet el mismo día que salen a la venta porque ya tiene lectores. Pero recordemos que hubo una época en la que NO los tenía y, aún así, apostó por ello. Como bien repite una y otra vez Neil Gaiman, la "piratería" trae un curioso efecto secundario: el aumento de ventas del catálogo del autor pirateado. Pese a que hay feudos tradicionales donde siempre se han pirateado obras (Sudamérica, Rusia, Oriente Medio y, seamos sinceros, España) hay que tener en cuenta que mucha gente que adquiere gratis estos archivos (sean libros, juegos, discos, películas...) de ninguna manera piensan adquirir el producto incluso a precios reducidos. Pero hay muchos usuarios que ante unas condiciones favorables, pagarían por ese contenido. Autores como David Wellington representan el éxito de aventuras directas en internet cuando muchos compañeros de profesión desdeñan y persiguen a sus propios
fans.
Cory Doctorow, superhéroe de internet, el Creative Commons y el fair use
La única forma que hay para vencer a la verdadera piratería, la que busca lucro, es con productos de calidad, que hagan que el consumidor se sienta recompensado por los autores que admira. Iniciativas como la Biblioteca de Baen Books, los diversos músicos que se niegan a participar de cánones y colocan sus discos gratis en la red o el regalo de libros en formato electrónico por parte de algunas editoriales siguen siendo hechos minoritarios que las grandes compañías intentan tapar. La llegada de modelos nuevos de explotación como el crowd funding o el freemium (popularizados por Spotify) han chocado con modelos tradicionales que no quieren más que poner barreras como los desfasados DRMs o servidores de identificación y autentificación.
El mayor éxito y el mayor fracaso del modelo freemium
Hay que tener en cuenta que cualquier medida de protección es completamente inútil, ya que sólo es cuestión de tiempo hasta que los "piratas" (muchos ellos por el mero reto de superarse) revienten dichas protecciones. Un caso sonado fue el famoso sistema anticopia de Sony, que impedía la reproducción de CDs en los ordenadores, vulnerando el derecho del comprador incluso a escoger cómo lo escuchaba. Incluso cuando una sentencia judicial obligó a la compañía a retirar del mercado los discos con esa protección, dicho anticopia (que había costado millones) había sido reventado utilizando... ¡un simple rotulador negro! Bastaba con pintar la primera pista del disco, una pista de datos corrompidos que hacía que los lectores informatizados no pudieran acceder al resto del contenido, para poder disfrutar del CD donde te diera la gana e incluso podías copiarlo.
El Gran Hermano te vigila
Como señalaba el escritor y editor
Gardner Dozois en una de sus recientes antologías, la crisis actual ha afectado a la industria del ocio, algo que no había sucedido antes o por lo menos a la escala que estamos viendo: líneas editoriales canceladas, cadenas de librerías cerradas, editoriales en bancarrota... Lo triste es que algunos han aprovechado el momento para buscar un chivo expiatorio, y lo han hecho impulsando proyectos de leyes restrictivas, con el beneplácito de los gobiernos.
Hace poco tuve una discusión con un conocido a raíz de la ley Sinde, ley que esta persona defendía a capa y espada. La paradoja es que se trataba de la misma persona que se dedicaba a vender hace diez años copias de películas por internet.
Cuando piratees mp3 te consideraremos un terrorista...
El futuro, aquel país desconocido...
Las cosas no pintan muy bien, por lo menos a corto plazo. A pesar de que es reconfortante saber que colectivos como Anonymous o la Electronic Frontier Foundation están poniendo a más de uno en su sitio, el daño está hecho y tardará en sanar. Controversias como la guerra de precios de los e-books entre McMillan y Amazon no hacen más que dar alas a aquellos que quieren controlar, penalizar y, en definitiva, censurar.
En resumen, es una época difícil para ser escritor pero ¿cuándo lo ha sido? Los derechos de autor son innegables y fundamentales, pero no pueden ser la excusa para recortar el derecho a la libertad, más cuando no se trata más que de otro intento de lucrarse por parte de los que quieren seguir cobrando a costa de los demás.
Hay que decir, como escritor, yo lo tengo claro. Me quedo con las palabras de José de Espronceda pertenecientes a su poema más conocido:
Allá; muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí; tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.
Porque la "piratería", en el sentido de lucro, tiene los días contados, mientras que las patentes de corso permanecerán. Y, si tengo que navegar, sé bajo qué bandera lo haré.