lunes, 23 de abril de 2018

De cómo mi madre se convirtió en lectora

Como cada 23 de abril, hoy iba a soltar una diatriba sobre les «famoses» del mundo de la farándula, deportistas, polítiques, YouTubers y demás personajilles que intentan copar la festividad del Día del Libro con unas obras que ni siquiera han escrito elles, pero creo que este año voy a hacer una excepción. Voy a hablaros de mi madre.
 
Mi madre nunca había tenido interés por la lectura. No podía permitírselo. Su familia era humilde y muy numerosa, en unos años en los que la principal prioridad era sobrevivir. Aunque con el tiempo mejoraron mucho sus condiciones de vida, los libros ya se habían convertido en algo con lo que la gente «perdía el tiempo». Porque el tiempo solo era para trabajar.

Con el paso de los años y debido a las circunstancias de la vida, mi madre se encontró sola, con dos niños pequeños y una hija que acababa de cumplir los dieciocho. No tenía tiempo para libros, había que sacar adelante la casa como fuera. Eso sí, sus tres hijes leían de forma voraz y, pese a que ella no compartía esa afición, se aseguró de que no faltasen libros que leer en su casa.

Décadas más tarde y una vez jubilada, mi madre cogió un libro al azar de las estanterías de casa. Creo recordar que fue el ejemplar de Nada de Carmen Laforet que la revista Qué Leer regaló en uno de sus primeros números (que yo compraba por aquel entonces). Y se puso a leer. Al principio fue poco a poco, pero pronto empezó a devorar página tras página hasta terminar la novela.
 
Y le gustó.

Como no sabía muy bien qué hacer, nos preguntó a mi hermano y a mí si teníamos algún libro que a le pudiera gustar. Tras dejarnos de piedra, intentamos buscar a toda velocidad alguna lectura que le pudiera llamar la atención. Recordé que en casa había un ejemplar de El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza, que habíamos leído en clase de Literatura en bachillerato, así que pudo seguir leyendo.

Eso fue hace unos veinte años. Desde entonces, mi madre no ha dejado de leer. Suele leer un rato antes de ir a dormir, pero también puede ponerse a cualquier hora del día y concentrarse en la lectura de tal forma que el tiempo desaparece. Los libros que más le gustan son aquellos en los que la historia se desarrolla en los años 50 y 60 (sospecho que porque coinciden con sus «años mozos»), a ser posible en alguna ciudad de las que ella conoció en ese tiempo (Burgos, Zaragoza, Madrid, Toledo, Sevilla, Barcelona...). También le gustan mucho las novelas históricas si en ella se cuenta la historia de alguno de los lugares que he mencionado. Obviamente, ha habido excepciones, como El niño del pijama a rayas, Los pilares de la tierra o la saga Millenium, que le encantan. Sus libros favoritos (Nada, La enfermera de Brunete, Los pilares de la tierra, La sombra del viento, La catedral del mar...) los relee por lo menos una vez al año. Y nosotros nos encargamos de que nunca se queda sin libros nuevos que leer.
 
En más de una ocasión, mi madre ha dicho un poco avergonzada: «Yo pensaba que leer era una pérdida de tiempo...». Pero creo que ahí está equivocada. Aunque antes creyera eso, de niña no tenía acceso a libros y más tarde no le quedaba apenas tiempo libre. Sí, seguro que podría haber encontrado un hueco (aunque fueran varios minutos al día) para leer, pero en su cabeza solo tenía mil preocupaciones y dificultades a las que hacer frente. Ojalá hubiera intentado convencerla mucho antes para que leyera. Así habría podido desconectar de los problemas durante el rato de la lectura, como hacemos muches de nosotres.

Es muy fácil generalizar y decir que alguien no va a leer en su vida o que no le gusta leer. A veces, hay que preguntarse por qué una persona no lee y, de intentar leer, qué libros son los que le llenan. Por mi parte, yo estoy muy orgulloso de que mi madre considere a los libros como algo importante y necesario.
 
Feliz Día del Libro.


Photo by Eli Francis on Unsplash.

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