Hablar de Dune es hablar de uno de los pilares de la literatura de ciencia ficción. Su autor, Frank Herbert, decidió reconvertir la información de un artículo inacabado sobre la ecología de las dunas en la base de un nuevo proyecto que se centraría en el triángulo ecología-religión-poder. Publicada en 1965, Dune relata la caída de la Casa Atreides, una de las grandes familias de un conglomerado feudal que se ha expandido por todo el Universo, obligados a tomar posesión del planeta desértico Arrakis, también llamado Dune (duna en inglés, nunca traducido en la edición al castellano). Arrakis es el único mundo que produce la especia melange, que alarga la vida y permite a los navegantes de la todopoderosa Cofradía viajar con sus naves a través del espacio. Pronto la traición diezmará la noble familia, de la que escaparán sólo el joven heredero Paul y su madre Jessica, miembro de la Benne Gesserit, la hermandad de mujeres que desean reconducir el destino de la Humanidad desde el secretismo y cuyas enseñanzas y prácticas han moldeado al primogénito de los Atreides hasta ser el posible Kwisatz Haderach, el escogido humano superior. Refugiados en el desierto en compañía de los Fremen, la tribu que espera la llegada del Mesías que los libere, Paul deberá decidir si toma el manto del profeta y conduce a su nuevo pueblo a la victoria en venganza contra la Casa Harkonnen, responsable de su caída, aunque ello conduzca a toda la Humanidad a las llamas de la jihad que la destruirá.
Es difícil resumir la complejidad de la narrativa de Herbert, maestro en crear una atmósfera que, después de cuatro décadas y media, sigue siendo tan fresca como el primer día. Ni siquiera la grandiosa adaptación cinematográfica de David Lynch puede superar la sensación de devorar párrafo tras párrafo de un obra compleja que, parafraseando a su autor, esconde sentidos en las fintas de las fintas de las fintas.
Tras Dune vendrían cinco secuelas de diferente calidad, quedando la serie inacabada a la muerte de su autor, y una multitud de precuelas y continuaciones mediocres por parte de Brian Herbert (hijo del escritor) y Kevin J. Anderson, pero es es la original en la que reside una fuerza que Frank Herbert jamás podría volver superar.
Leí por primera vez Dune hace más de quince años, antes de ver la película y al retomarla este pobre bibliotecario ha tenido la sensación de que no ha pasado el tiempo en vano para una obra que tanto aficionados como profesionales consideran una de las grandes obras maestras de ciencia ficción del s.XX. Quizás sea la mezcla de exotismo, la agudeza de sus planteamientos políticos o simplemente la maestría a la hora de narrar, pero Dune es un libro que hay que leer.
Dune es el libro número 7 del reto de lectura de las 52 semanas.
Es difícil resumir la complejidad de la narrativa de Herbert, maestro en crear una atmósfera que, después de cuatro décadas y media, sigue siendo tan fresca como el primer día. Ni siquiera la grandiosa adaptación cinematográfica de David Lynch puede superar la sensación de devorar párrafo tras párrafo de un obra compleja que, parafraseando a su autor, esconde sentidos en las fintas de las fintas de las fintas.
Tras Dune vendrían cinco secuelas de diferente calidad, quedando la serie inacabada a la muerte de su autor, y una multitud de precuelas y continuaciones mediocres por parte de Brian Herbert (hijo del escritor) y Kevin J. Anderson, pero es es la original en la que reside una fuerza que Frank Herbert jamás podría volver superar.
Leí por primera vez Dune hace más de quince años, antes de ver la película y al retomarla este pobre bibliotecario ha tenido la sensación de que no ha pasado el tiempo en vano para una obra que tanto aficionados como profesionales consideran una de las grandes obras maestras de ciencia ficción del s.XX. Quizás sea la mezcla de exotismo, la agudeza de sus planteamientos políticos o simplemente la maestría a la hora de narrar, pero Dune es un libro que hay que leer.
Dune es el libro número 7 del reto de lectura de las 52 semanas.
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